
Antón Menchaca
Hubo un tiempo en que casi todo el mundo se temía lo peor: que la asturianada, fosilizada por imitadores atentos tan sólo a repetir el estilo de los clásicos, acabaría en pieza de museo, en materia de estudiosos sin nada que cantar, en tradición muerta. Públicos envejecidos y concursos con requisitos hipertrofiados anunciaban lo peor. Desaparecidas las grandes figuras que prolongaron la edad de oro de la tonada hasta los años setenta y ochenta del pasado siglo, los buenos